domingo, 5 de diciembre de 2010

Xabierren heriotzean

Reconozco que la tétrica e inquietante "información útil" de la cabeza de perro me dejó sin palabras. Hoy al leer la noticia del fallecimiento de Lete me ha parecido que la única "utilidad" de ese experimento podría ser hacer que el maestro siguiera cantando. Aunque por otra parte, no creo que estuviera de acuerdo en esquivar el ciclo de la vida alguien que cantaba "asken hatsa huela, bertsotik sakonena..."
Gogoan zaitugu, Xabier.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Perder la cabeza (información útil)

Me disgusta la coletilla que usan los medios de información para presentar el pronóstico del tiempo o el estado del tráfico: información útil. En cuanto la escucho me pregunto a qué llamarán ellos información inútil y me estremezco.
En fin, que todo esto viene porque lo que hoy les presento sí que puede ser una información muy útil y tranquilizadora. Al grano: si ustedes pierden la cabeza no se angustien, tiene areglo. Y si ustedes pierden el resto del cuerpo y no la cabeza guarden la calma, parece que el arreglo también es posible.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Hablemos de fútbol francés



Pues aquí tenemos a Cantona con una interesante propuesta. Es lo que tiene vivir este principio de siglo tan postmoderno. ¿Cantona icono revolucionario? Bueno, al menos ha pegado patadas alguna vez.



P.D: Me temo que si el ex jugador francés decide retirar el dinero va a hacerle a su banco más daño del que yo le pueda hacer al mío.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Ismael

Entonces tenía 14 años. Solía jugar al tenis con un amigo que se llamaba Ismael. Años después se trasladó con su familia a otro país a vivir y nunca supe más de él. Recuerdo que, si por algo destacaba, era por su habilidad de poder vomitar cuando le viniera en gana. Una habilidad que, pasado el tiempo, no os parecerá gran cosa pero que, en plena adolescencia, podía resultar muy útil para librarte de algunas clases e ir a Fadura a jugar al tenis. Intentó, paciente, enseñarme la técnica, pero nunca conseguí forzar el vómito. Y allí estaba él, cada vez más pálido, invocando aquello que más pronto que tarde caía en cualquier césped.

Un día me llevó a su casa con la idea de escuchar música. Recuerdo bien aquel día por dos motivos: por una cama en forma de gran hamburguesa; una cama en la que unas bisagras unían un pan (el canapé) con otro pan (la pieza superior con una colcha color pan de molde). Nunca lo había pensado hasta ahora pero es muy probable que su habilidad gástrica tuviera que ver con aquel revoltijo nocturno de kepchup, mayonesa y carne picada.

Decía que eran dos motivos los que recordaba de aquel día en la casa de Ismael. El segundo fue la escucha de un disco pirata de Bruce Springsteen. En concreto, una caja de varios discos que recogían de manera íntegra un concierto de la gira del Darkness on the Edge of Town (1978). Para entonces Springsteen era ya una celebridad (había grabado su mítico y siempre malinterpretado Born in the USA), pero yo solo conocía la pegajosa melodía de Dancing in the Dark que mi hermano hacía sonar en la radio. Días después de aquella tarde en la casa de Ismael, este me trajo grabado el concierto en tres cintas.

Auriculares. Aquella música estaba hecha para mí. Hacía que me sintiera diferente. Fueron cientos, miles de horas de camino a Fadura, a los torneos proviciales de tenis, escuchando la música de Bruce Springsteen. Walkman. Mis años de tenis son mis años de idolatría springsteeniana. Cintas TDK. Después llegaron más músicos (Bob Dylan y su Live at Budokan supuso otro terremoto), pero durante muchos años todos los nombres que me interesaban -Dylan incluido, claro- llegaban de la mano de Bruce (Tom Petty, John Cougar, John Hiatt, Tom Waits, Bob Seger, Credence Clearwater Revival, Sam Cooke, Van Morrison, Neil Young...).

Estos días me he acordado de Ismael al escuchar la creciente promoción de uno de los secretos mejor guardados en el sótano del rock: la caja con el material inédito de la época del Darkness. La caja lleva por título The Promise e incluye un DVD con el concierto que hace más de 20 años me grabó Ismael: Phoenix 78.

Me gustaría saber qué es de él, encontrármelo vomitando en algún jardín. Me gustaría preguntarle si aquella cama en forma de hamburguesa era real. Me gustaría que, de una vez por todas, me dijera en qué pensaba para ponerse tan pálido y ojeroso.




Prove it All Night

jueves, 23 de septiembre de 2010

YO soy el centro absoluto del universo



Leo aquí abajo el discurso de David Foster Wallace y no puedo evitar cierto ánimo de revancha infantil “¿y qué he estado diciendo yo todo este tiempo?”. Tampoco puedo evitar la sensación de haberlo estado diciendo de una manera mucho más torpe, claro. Así que leo el discurso y no puedo evitar cierto sonrojo de vergüenza infantil “¿tan simplón suena esto en mi boca?”.

De todas formas: parece que hay ciertas cosas de las que no se puede hablar sin haber demostrado antes estar por encima de esas mismas cosas: trabajo sobre la propia consciencia, lo sagrado, “el amor, la unidad esencial de todas las cosas”, etc.

Con esa seguridad de estar por encima es con la que pude comentar, de pasajero en un vivaz ford fiesta metalizado, tras ser adelantados en un visto y no visto (pero oído y bien oído) por un agresivo ford fiesta tuneado, pude comentar, digo, que de no haber estado en las alturas y poder estudiar esta carrera tan creativa que he estudiado podría perfectamente haber acabado tuneando mi coche de tres caballos. Y que me hubiese gustado, en tal caso.

Creo que desperté más asombro negurítico del que provoco cuando hablo de cosas de las que todavía no he demostrado estar por encima.

Hoy he leído un artículo de unos arquitectos explicando la génesis de su proyecto de la Casa de Juventud de Rivas-Vaciamadrid: “Parte del guión de uno de los protagonistas tuneros de la Juani de Bigas Luna nos llamaba poderosamente la atención... El volumen del que partimos es sometido a un proceso de tuning... Los fenómenos de tuning ... contienen dispositivos de transformación formal esenciales para el trabajo del arquitecto contemporáneo. ... contienen mecanismos que hacen visible fenómenos de reversibilidad de la energía... Nos apropiamos de algunas de estas técnicas para nuestro trabajo en Rivas, imaginando a jóvenes fluorescentes desmontando y tuneando la caja normativa que les habían ofrecido.”

¿Era algo así lo que yo quería decir con aquel “me podría haber gustado”? No he construido un edificio, no he escrito un libro. Tal vez para poder decir sin sonrojarse cosas como “Tiene que ver con llegar a cumplir los treinta, o incluso los cincuenta, sin querer pegarte un tiro en la cabeza“ hay que ser capaz de pegarse un tiro en la cabeza antes de llegar a los cincuenta. O de ahorcarse, en tal caso.

(Para los amantes de lo real añadiré que los arquitectos son M.C.A y N.M.A. y que la imagen superior es un collage de unas que aparecen entre las primeras de Google Imágenes al buscar las palabras clave, desconozco si cualquiera de ellas -o incluso ellos- están sujetas a derechos).

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Yo soy el centro absoluto del universo




En 2005 un college estadounidense -para los amantes de lo real añadiré que el college se llama Kenyon y está en Gambier, Ohio- propuso a David Foster Wallace pronunciar el discurso de la ceremonia de graduación. El bueno de DFW no perdió la ocasión para alertar a la chavalería de lo que se le podía venir encima. Y allí estuvieron, puedo verlo, los estudiantes con pantalones de pinzas recién planchados (planchados, eso sí, por esas fantásticas madres americanas o, en su ausencia, por las aún más fantásticas asistentas del hogar afroamericanas) y las estudiantes que estrenan sus primeros zapatos de tacón (aparecen las primeras rozaduras y las chicas se exasperan porque no llega el momento de descalzarse y correr en dirección a la cuba de ponche), y también sus padres y sus madres detrás de cámaras de video y de foto, y los profesores, y un capellán...
DFW coge velocidad en su alocución al tiempo que la audiencia comienza a incomodarse. ¿Cómo se atreve este tipo a hablar de esas cosas tan desagradables a unos jóvenes de esplendoroso futuro? ¿Cómo se atreve este tarado a hacer una radiografía tan catastrofista de la vida adulta?
El resultado es este lúcido discurso, This is Water, que alguien ha traducido y colgado en Internet:

Esto son dos peces jóvenes que están nadando juntos, y entonces se cruzan con un pez más viejo que los saluda con la cabeza y les dice: «Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?» Y los dos peces jóvenes siguen nadando un rato, hasta que finalmente uno de ellos mira al otro y le pregunta: «¿Qué demonios es el agua?»

Si ahora os estáis temiendo que yo vaya a presentarme aquí como el pez viejo y sabio que os explicará a vosotros, jóvenes peces, lo que es el agua, podéis estar tranquilos. Yo no soy el pez sabio. El sentido de esta historia es que las realidades más obvias y comunes y también más importantes de nuestras vidas son a menudo aquellas que más nos cuesta ver, y de las que más difícil resulta hablar. Así expresado, esto no es más que un lugar común ciertamente banal; pero el caso es que, en las trincheras diarias de la vida adulta, los lugares comunes más banales pueden llegar a ser cuestiones de vida o muerte. Sé que esto puede sonar a hipérbole, o a absurda abstracción.

Un gran porcentaje de todo aquello que tiendo a dar por cierto de manera automática, se acaba descubriendo como falso o erróneo. He aquí un ejemplo de completo error en algo de lo que yo tiendo a estar automáticamente seguro: todo, en mi inmediata experiencia, confirma mi íntima convicción de que yo soy el centro absoluto del universo, la persona más real, más vívida e importante de todas cuantas existen. Pocas veces hablamos de esta especie de egocentrismo básico y natural, porque resulta socialmente repulsivo; pero en nuestro interior, de una forma u otra, todos lo compartimos. Lo traemos, por así decirlo, programado desde el nacimiento en nuestro sistema operativo central. Pensadlo: vosotros no habéis tenido jamás una sola experiencia de la que no hayáis sido el centro absoluto. Tal como lo experimentáis, el mundo está justo delante de vosotros, o detrás de vosotros, a vuestra derecha o a vuestra izquierda, en vuestra televisión, en vuestra pantalla, donde sea. Los pensamientos y los sentimientos de otras personas tienen que seros comunicados de alguna manera, pero los vuestros son inmediatos, urgentes y muy reales. Pero por favor, no temáis que me esté preparando para predicaros sobre la compasión y la empatía o sobre las llamadas «virtudes». Esto no tiene nada que ver con la virtud: esto tiene que ver con mi elección de rebelarme de algún modo ante ese egocentrismo implantado de nacimiento en mi sistema operativo central, ese egocentrismo profundo y literal que me obliga a ver e interpretar el mundo siempre la través de la lente de mi propio yo.

A la gente que puede ajustar así las especificaciones naturales de su sistema operativo central se la describe a menudo como «centrada»; un término que no es, me parece, en absoluto accidental.

Dado el ámbito académico en el que nos encontramos, una pregunta obvia que debemos formularnos es: ¿cuánto de este trabajo de ajuste tiene que ver con el verdadero intelecto? No es una pregunta en absoluto sencilla. Al menos en mi caso, el aspecto más peligroso de la educación universitaria es, probablemente, que ésta justifica mi tendencia a sobreintelectualizarlo todo, a perderme en razonamientos abstractos en lugar de, simplemente, prestar atención a lo que sucede delante de mí. (Prestar atención a lo que sucede dentro de mí.) Como sin duda sabéis, resulta extremadamente difícil mantenerse atento y alerta a lo que sucede ahí afuera, en lugar de dejarse hipnotizar por el monólogo continuo del interior de nuestra cabeza. Veinte años después de mi propia graduación, he comenzado a comprender que ese cliché humanista de «enseñarte a pensar» es en realidad la simplificación de una idea mucho más profunda y seria: «aprender a pensar» significa «aprender a ejercer algún control sobre cómo y qué piensas». Significa permanecer lo bastante consciente, lo bastante alerta para poder elegir a qué quieres prestar atención, y cómo vas a extraer un significado de esa experiencia. Porque si no puedes ejercer este tipo de elecciones en tu vida adulta, estás perdido. Pensad en ese viejo adagio que dice que «la mente es un siervo excelente y un dueño terrible». Este dicho, tan poco convincente y tan aburrido en apariencia como la mayor parte de los dichos, expresa una verdad importante y terrible. No es una coincidencia que los adultos que se suicidan con armas de fuego se disparen casi siempre en la cabeza. Porque la mayoría de estos suicidas ya estaban muertos mucho antes de apretar el gatillo. Y yo afirmo que en esto debe consistir el verdadero valor de vuestra educación: en cómo evitar que vuestra cómoda y respetable vida adulta os acabe convirtiendo en seres muertos, inconscientes, esclavos de vuestros propios cerebros y de la natural convicción de que estáis absolutamente solos, solos de una forma única y absoluta, un día tras otro.

De nuevo, esto puede sonar a hipérbole o a absurda abstracción. Así que concretemos. El hecho es que vosotros, flamantes graduados, no tenéis ni idea de lo que significa realmente la expresión «un día tras otro». Hay partes enteras de la vida adulta americana de las que nadie habla en los discursos de graduación. Una de estas partes tiene que ver con el aburrimiento, con la rutina y con las pequeñas frustraciones. Los padres aquí presentes sabrán muy bien a qué me refiero.

A modo de ejemplo, pensemos en un día como otro cualquiera: te levantas por la mañana, acudes al trabajo y trabajas duro durante nueve o diez horas, y al final del día estás cansado y estresado, y todo lo que quieres es irte a casa y tomar una buena cena, relajarte durante un par de horas y luego irte pronto a la cama, porque mañana tienes que madrugar y repetir todo el proceso. Pero entonces recuerdas que no tienes comida en casa (esta semana no has tenido tiempo de hacer la compra por culpa de las exigencias de tu trabajo), así que ahora, después de salir de trabajar, tienes que meterte en el coche y conducir hasta el supermercado. Es la hora punta de la tarde y el tráfico es horroroso, así que tardas mucho más tiempo del habitual en llegar hasta el supermercado, y cuando llegas éste está repleto, porque, por supuesto, es esa hora del día en la que todo el mundo que trabaja intenta hacer la compra. El supermercado está iluminado con esa horrible luz fluorescente, y en el hilo musical está sonando esa música pop corporativa que destroza el alma, y éste es, exactamente, el último lugar de la tierra en el que te gustaría estar; pero no puedes entrar y salir rápidamente, sino que tienes que vagar por los pasillos atestados de gente en busca de los productos que necesitas, maniobrando con tu carrito por entre los carritos de toda esa gente cansada y con prisas que te rodea, y no faltan ni los viejos ni los gordos ni los adolescentes que bloquean los pasillos, y tú tienes que apretar los dientes e intentar ser amable cuando les pides que te dejen pasar, y cuando por fin consigues reunir todo lo que necesitas para tu cena resulta que, a pesar de ser la hora punta de la tarde, no hay suficientes cajas abiertas, así que las colas son increíblemente largas, y todo resulta estúpido e irritante a más no poder, y ni siquiera te queda la opción de exteriorizar tu furia con la pobre cajera que está haciendo todo lo que puede.

Y aun así, consigues alcanzar el primer puesto en la cola, y pagas tu comida, y esperas a que la máquina acepte tu tarjeta de crédito, y luego te dicen «Que pase usted un buen día» con una voz que es la voz de la muerte, y luego tienes que meter las bolsas de plástico con tu compra en el carro, atravesar con él el aparcamiento e intentar meter las bolsas en el maletero de tal modo que nada se caiga y vaya rodando por el coche durante todo el camino, y luego tienes que conducir de vuelta a casa en medio de un tráfico que sigue colapsado, y etcétera, etcétera.

A lo que voy es que, en estos momentos de frustración diaria, es cuando se nos hace de verdad necesario trabajar en nuestras elecciones. Porque los atascos de tráfico, los pasillos atestados de gente y las colas interminables me dan tiempo para pensar, y si no tomo una decisión consciente sobre cómo pensar y a qué prestar atención, acabaré sintiéndome desgraciado y miserable cada vez que vaya a hacer la compra; porque la naturaleza misma de mi sistema operativo central me dice que el protagonista de esta situación soy yo, que en momentos como éste todo tiene relación exclusiva con mi hambre y con mi cansancio y con mi deseo de llegar de una vez por todas a casa, y resulta evidente que toda esta gente que me rodea no hace otra cosa que interponerse en mi camino. ¿Y quién es esta gente para interponerse en mi camino? Míralos: mira lo repulsivos que son la mayoría de ellos, lo estúpidos que parecen, lo bovinos e inhumanos que se ven ahí de pie en la cola de la caja, lo molestos que resultan hablando a gritos por sus teléfonos móviles; y fíjate en lo injusto que es todo esto: has estado trabajando el día entero, ahora estás hambriento y cansado y no puedes irte a casa a cenar y a relajarte por culpa de todos estos estúpidos.

O, si mi sistema operativo central tiene un poco más de conciencia social, puedo pasarme todo el atasco de la hora punta de la tarde sintiéndome furioso por esos estúpidos todoterrenos enormes que bloquean los carriles, y por esos Hammers y esas camionetas V-12 que malgastan egoístamente toda esa gasolina, y puedo observar que las pegatinas con los lemas más patrióticos y religiosos parecen lucir siempre en los vehículos más molestos, esos que conducen los conductores más feos, desconsiderados y agresivos de todos (esa clase de conductores que van hablando por el móvil mientras se cruzan de un carril al otro sólo para avanzar diez estúpidos metros en un atasco), y puedo pensar también en cómo los hijos de nuestros hijos nos maldecirán algún día por haber malgastado el combustible del futuro y por haber arruinado el clima, y lo estúpidos y dañinos que somos como especie, y el asco que da todo, y etcétera.

Si elijo pensar de esta manera, pues bien, muchos de nosotros lo hacemos; sólo que pensar así resulta tan fácil y automático que ni siquiera es una elección. Pensar así forma parte de la naturaleza de mi sistema operativo central. Al experimentar de esta forma automática e inconsciente las partes más aburridas y frustrantes de la vida adulta, estoy operando de acuerdo a la creencia, automática e inconsciente, de que yo soy el centro del mundo, y de que mis sentimientos y mis necesidades inmediatas deberían determinar las prioridades de la realidad. Pero, obviamente, existen formas distintas de pensar en este tipo de situaciones. En mitad del tráfico, con todos esos vehículos interponiéndose en mi camino, puedo pensar que no es imposible del todo que algunas de esas personas que conducen todoterrenos puedan haber sufrido accidentes horribles en el pasado, y que ahora encuentren tan aterrador el hecho mismo de conducir que sus terapeutas les hayan aconsejado que se compren un enorme todoterreno que los haga sentirse lo bastante seguros al volante; o que ese Hummer que acaba de cruzarse en mi carril lo conduzca un padre que tiene a su hijo herido o enfermo en el asiento trasero, y que ahora se dirija al hospital, y que por tanto sus prisas sean aún más legítimas que las mías: en realidad, pensándolo bien, igual soy yo quien se interpone en su camino. O puedo forzarme a considerar la posibilidad de que toda aquella gente que forma la cola del supermercado esté igual de aburrida y frustrada que yo, y de que algunos de ellos tengan incluso unas vidas mucho más duras, más tediosas o dolorosas que la mía, a fin de cuentas.

De nuevo, os pido que no penséis que quiero ofreceros ninguna clase de consejo moral, o que os estoy diciendo que «se supone que tenéis que pensar» de esta manera, o que nadie espera de vosotros que simplemente lo hagáis de forma automática, porque pensar así es duro, exige voluntad y esfuerzo mental, y si os parecéis a mí, habrá días en los que seréis incapaces de hacerlo, en los que ni siquiera os molestaréis en intentarlo. Pero la mayoría de los días, si estáis lo bastante alerta como para concederos el poder de elegir, escogeréis mirar de otra forma a esa mujer gorda de mirada bovina que ahora le está gritando a su hijo en la cola del supermercado: tal vez no es así normalmente, tal vez es que lleva tres noches seguidas en vela sosteniendo la mano de su marido, que se está muriendo en el hospital por culpa de un cáncer de huesos; o tal vez esta mujer sea aquella auxiliar de rango inferior del Departamento de Circulación que ayer mismo ayudó a tu mujer a solucionar un molesto problema gracias a un pequeño acto de amabilidad burocrática. No parece muy probable, de acuerdo; pero tampoco es imposible. Sólo depende de las posibilidades que tú mismo quieras considerar. Si estás automáticamente convencido de que sabes cómo es la realidad y quién y qué es importante, si quieres seguir funcionando de acuerdo a las especificaciones naturales de tu sistema operativo central, entonces no tomarás en consideración ninguna posibilidad que no te parezca fastidiosa y ofensiva. Pero si de verdad has aprendido a pensar, a prestar atención, entonces sabrás que tienes otras opciones. Y estará en tus manos el experimentar este tipo de incómodas situaciones (el ruido, las multitudes, la lentitud, etcétera) como algo no sólo significativo, sino incluso sagrado; como algo alimentado por la misma fuerza que ilumina las estrellas: la compasión, el amor, la unidad esencial de todas las cosas. Y no es que este tipo de rollo místico sea necesariamente cierto: lo único que es Cierto, con mayúsculas, es que tú puedes decidir cómo quieres verlo. Estás en posición de decidir, de forma consciente, qué es significativo y qué no lo es. Estás en posición de decidir a qué vas a rendir culto.

Porque hay otra cosa que es cierta. En las trincheras diarias de la vida adulta, no existe nada parecido al ateísmo. No se puede no rendir culto a algo. Todo el mundo rinde culto a algo. La única elección que nos queda, es la de a qué vamos a rendir culto. Y una razón inmejorable para elegir rendirle culto a algún tipo de Dios o de asunto espiritual (ya sea Jesús o Alá, ya sea Jehová o la Madre Tierra o las Cuatro Nobles Verdades o cualquier otro conjunto de principios éticos inviolables) es que la mayoría de las cosas a las que puedas rendir culto acabarán por devorarte. Si rindes culto al dinero y a los bienes, si depositas en ellos el verdadero sentido de la vida, nunca tendrás suficiente. Nunca sentirás que tienes suficiente. Es la verdad. Rinde culto a tu cuerpo y a la belleza y al sexo y siempre te sentirás feo, y cuando empieces a envejecer morirás un millón de muertes antes de que por fin te entierren. (Todo esto lo sabemos ya todos, a un cierto nivel; forma parte de la sabiduría común a través de mitos, de proverbios, de dichos, de epigramas, de fábulas: el esqueleto de toda gran historia. Lo difícil es mantener siempre a la vista esta sabiduría, de forma diaria.) Rinde culto al poder: te sentirás débil y asustado, y necesitarás tener cada vez más poder sobre los demás para mantener controlado tu miedo. Rinde culto a tu intelecto, confíalo todo a ser tenido por inteligente: acabarás por sentirte estúpido, un fraude siempre a punto de ser descubierto. Etcétera.

Lo insidioso de estas formas de culto no es que sean malvadas o pecaminosas: es que son inconscientes. Nos vienen impuestas de fábrica por nuestro sistema operativo central. Son el tipo de cosas a las que acabas rindiendo culto sin darte cuenta, día tras día, volviéndote más y más selectivo sobre lo que ves y sobre cómo mides el valor de las cosas sin darte del todo cuenta de lo que estás haciendo. Y el mundo no te desalentará si actúas así, porque el mundo de los hombres, del dinero y del poder se alimenta del miedo, y del desprecio, y del deseo, y de la frustración, y del culto al ego. Nuestra cultura actual se ha aprovechado de estas fuerzas para alcanzar cotas inéditas de riqueza, de comodidad y de libertad personal. La libertad de ser los señores de nuestros pequeños reinos unipersonales: solos por completo en el centro de la creación. Esta clase de libertad tiene muchas cosas buenas. Pero, por supuesto, hay otras clases de libertad; y de la clase más preciosa de libertad, la más importante, de esa no oiréis hablar demasiado en el gran mundo exterior del éxito, las victorias y los logros personales. La clase verdaderamente importante de libertad implica atención, y conciencia, y disciplina, y esfuerzo, y ser capaces de verdad de preocuparnos por los demás y de sacrificarnos por ellos, una y otra vez, en millones de formas insignificantes y poco atractivas, cada día. Esta es la verdadera libertad. La alternativa es la inconsciencia, la naturaleza de nuestro sistema operativo central, el cosquilleo incesante en el estómago: esa continua sensación de que hemos perdido algo que teníamos y que era infinito.

Sé que nada de esto suena divertido, ni refrescante, ni demasiado inspirador. En cambio sí que es, tal como yo la veo, la verdad despojada de retórica y de charlatanería. Por supuesto, vosotros podéis pensar lo que queráis de todo esto. Pero, por favor, no lo rechacéis pensando que es sólo un sermón al estilo de la Doctora Laura. Esto no tiene nada que ver con la moral, ni con la religión, ni con ninguna clase de dogma, ni con grandes preguntas sobre la vida y la muerte. La Verdad con mayúsculas tiene que ver con la vida antes de la muerte. Tiene que ver con llegar a cumplir los treinta, o incluso los cincuenta, sin querer pegarte un tiro en la cabeza. Tiene que ver con la simple conciencia: la conciencia de aquello que es tan verdadero y esencial, de aquello que está tan oculto justo delante de nuestros ojos, que tenemos que repetirnos una y otra vez: «el agua es esto, el agua es esto».

Resulta inimaginablemente difícil conseguirlo: permanecer conscientes y vivos, un día tras otro.

This Is Water: Some Thoughts, Delivered on a Significant Occasion, about Living a Compassionate Life. Little, Brown and Company, New York, 2009.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Ocho movimientos


"Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo." Albert Einstein

James Watson y Francis Crik descubrieron en 1953 la molécula de DNA. Newton vio caer una manzana. Einstein escribió en una pizarra E=mc² y sacó la lengua. Los átomos vivían tranquilos hasta que los descubrió un tal John Dalton. Copérnico en la hoguera por inventarse lo del sol. Tantas horas de estudio, sacrificio e incluso muerte para nada.

He aquí, sin embargo, un descubrimiento que puede cambiar el destino de la humanidad: un grupo de psicólogos de la Universidad de Northumbria (Reino Unido) ha publicado en la revista científica británica Biology Letters un estudio en el que identifican por primera vez las potenciales diferencias biomecánicas entre los buenos y los malos bailarines. A juicio de uno de los investigadores, tales movimientos "pueden emitir señales al sexo contrario sobre la calidad reproductiva de ese hombre, en términos de salud, vigor o fuerza".

"La investigación muestra que ocho movimientos marcan la diferencia: la envergadura del movimiento del cuello, del tronco, del hombro y la muñeca izquierdos, así como la variedad de movimientos del cuello, del tronco y de la muñeca izquierda y la velocidad del movimiento de la rodilla derecha".

Puede resultar algo complejo así explicado, pero si vemos este video todo queda claro:



El buen bailarín mueve con rapidez la muñeca derecha y además sabe qué hacer con las manos, no le sobran. El mal bailarín emite patéticas "señales al sexo contrario sobre su calidad reproductiva en términos de salud, vigor o fuerza". Ocho movimientos marcan la diferencia.

Tan cerca y tan lejos.

martes, 7 de septiembre de 2010

The National

Hola. Ya estamos aquí. Septiembre puede ser un mes duro o muy agradable. Empecemos con ánimo. Empecemos con lo que, en mi arrogante opinión, es el mejor disco de lo que llevamos de 2010: High Violet de The National.

lunes, 26 de julio de 2010

veranito en la oficina

Ahora que, vacaciones, no está el jefe, vamos a vaguear un poco, usar el trabajo de otros, recurrir a temas ya vistos y, por qué no, darle un poco al porno.

sábado, 17 de julio de 2010

Vacaciones

El otro día me encontré con Javi Letamendia y estuvimos recordando viejos tiempos. Hablamos de música, concretamente de la Velvet Underground, un grupo que crece con el paso del tiempo. Me recodó que ellos hacen en directo I"m Waiting for the man, igual que Moreo con sus Hustlers. Hoy he buscado en Youtube y me he encontrado con una gran versión de la canción a cargo del grupo de Javi Leta, We are Standard. Me parece la mejor manera de celebrar el verano y las vacaciones. Hasta pronto...




*Leta es batería de We are Standard

viernes, 9 de julio de 2010

Ayuda


El otro día cometí el error de ver el partido entre España y Alemania acompañado de jóvenes antisistema, nihilistas amantes del “cuanto peor mejor”. Y yo allí, nervioso por la incertidumbre del desenlace, comiendo palomitas y frutos secos que uno de ellos -Barallobre- había robado en el supermercado que hay debajo de mi casa. No se cumplió mi infantil deseo de que llegaran a los penaltis.

Ganó España, por si no lo sabéis. Habíamos bajado el volumen de la tele, y una periodista de ojos muy separados entrevistaba al portero de la selección española. Alguien llamó a la puerta y se sumó al grupo. Estaba disgustada por el resultado. Surgió un debate que por momentos fue más intenso que el último cuarto de hora del partido. Así nomás (como escribiría Cortázar), en vez de discutir sobre el acierto o no de dejar fuera del once a Torres, nos dio por la identidad nacional, el modelo de estado y si era de izquierdas animar a la Roja.

He de confesar que en esto del fútbol me relajo bastante, y que prefiero ver ganar a Iniesta que a Podolski. Y así lo defendí.

Hoy Barallobre -el que robó los frutos secos en el supermercado- ha enviado un artículo publicado en Rebelión para animar el debate. Después me he metido en Youtube a buscar algo y lo he encontrado:



Ahora estoy hecho un lío. Sólo me queda una certeza: si al pobre pulpo Paul le hubieran enseñado este video se habría decantado por Holanda.

¿A quién tengo que animar el domingo?

lunes, 7 de junio de 2010

Antes de la infusión

Ciudad refugio


Seguridad privada


Fauna


Imaginarias

martes, 1 de junio de 2010

¿Otro Salman Rushdie?


Este silencio de meses no es fruto del abandono, de la pereza o de una performance que busca homenajear al desaparecido Salinger. Hace unos meses me vi envuelto en un asunto muy extraño que puso en peligro mi vida. Una jugarreta casual y mortal que nació en Internet y que me llevó a una ciudad refugio para escritores en otro continente (otro día os contaré las aventuras y desventuras de alguien que escribe en castellano a la hora de encontrar un teclado con eñe de Urruña en un país del que, por el momento, no me dejan dar detalles).

Pues bien, todo empezó con una amenaza en mi correo electrónico: "Lo pagarás caro". Reconozco que me hizo gracia, "por fin un spam con algo de mala leche", pensé. Unos días después se repitió pero con un salto inquietante: "Vaklas, lo pagarás caro". Sin conocer aún el motivo de las amenazas, comencé a sentir miedo. Por último, un tercer mensaje incluía una prolija lista de insultos y el siguiente link: http://www.periodicoschile.com/chile/eroski+impuesto+revolucionario.html
En aquella página leí aterrado que alguien me había citado en un artículo en el que se relacionaba una conocida cadena de supermercados (Eroski) con la supuesta financiación de un grupo terrorista (ETA):

El truco es fácil. tan sencillo como invertir el importe 25 Ene 2005 Seamos serios por favor, Eroski se trata de una cadena de distribuicion de la banda terrorista para pagar el impuesto revolucionario, Publicado por Vaklas Eroski en 11:30 2 comentarios .. Las campanas de Urruña ·

Una rara fatalidad en la que también se vio involucrado mi compinche Odradek, pues conviene recordar que él firmó en este blog un lírico post titulado "Las campanas de Urruña".

El resto de esta historia se resume así: Interpol nos buscó un refugio en el que compartimos desayuno, comida y cena con el infeliz que dibujó las caricaturas de Mahoma. Hoy por fin me han dejado conectarme a Internet, y esto es lo que os puedo contar por el momento. Abrazos y besos,

Vaklas

viernes, 29 de enero de 2010

Lo demás es silencio


*Salinger sorprendido por un fotógrafo al salir de un supermercado

Valga romper el silencio de estas semanas para recordar el fallecimiento de J.D. Salinger, uno de los pocos escritores que han sido capaces de imponer sus reglas: el libro se escribe, se publica y, después, se defiende solo. Lo demás es silencio.
La biografía de Salinger que hoy leemos en los periódicos resulta necesariamente esquemática. Alrededor de su silencio crecieron los rumores, la maledicencia, la pataleta de los que no pudieron hacer dinero a su costa.
De todo lo que he podido leer sobre el adiós de Salinger me ha gustado la relación que establece el escritor granadino Justo Navarro en El País entre el autor de El guardián entre el centeno y la obra de John Cage 4'33. Así que, subamos el volumen de los altavoces, y escuchémosla: