
Campanario de urruña, frontón, y más cosas
Campanario de urruña, frontón, y más cosas
Ayer fui al concierto de un señor muy elegante y cavernosa voz. Se llama Leonard Cohen. En la entrada vendían camisetas con su rostro y un lema que lo resume todo: “Canciones de amor y odio”.
Empecé a interesarme por sus canciones después de escuchar decenas de veces la versión que hizo Jeff Buckley de uno de sus himnos: Hallelujah. Otra canción de amor y odio, de infinita tristeza.
Una noche, Buckley se adentró nadando en el río Mississippi y murió ahogado a la edad de 30 años. Su muerte es aún un misterio. Un misterio como la belleza de las canciones de Leonard Cohen.
“El ejército nepalés continúa con sus operaciones contra los cabecillas maoístas en las zonas rurales y en algunas ciudades. El Ministerio de Asuntos Exteriores desaconseja visitar algunas regiones del país: Kalikot, Jajarkot, Rolpa, Rukum y Sallyan. En Nepal, es de suma importancia hacer gala de la mayor prudencia y mantenerse informado sobre la actualidad”.
Lonely Planet de Nepal
“Un buen revolucionario es el primero en coger las armas y el primero en abandonarlas”, afirmó al conocer nuestra procedencia. Haber caído en la celada que nos tendió un grupo armado me pareció entonces más verosímil que el hecho de estar hablando del conflicto vasco con aquel guerrillero. El hombre, con sus buenas maneras y el rostro aniñado a pesar de los años, desmentía la idea que nos habíamos hecho de los maoístas leyendo los periódicos de Katmandú: jóvenes de ojos feroces y gestos rápidos.
Mientras sus compañeros disfrutaban de los cigarrillos que les habían confiscado al grupo de italianas que viajaban con nosotros, el Sargento -así se hacía llamar- nos contó que había estudiado tres años de Biología en la Universidad de Paris VI antes de volver a Nepal con las ideas claras. Después, la conversación volvió a caer en la misma falla: “La lucha de ETA debió terminar después de la muerte del dictador”. Isadora y yo suscribíamos moviendo la cabeza con la misma energía con la que hubiéramos respaldado lo contrario -hay que decir sin embargo que, si nos olvidamos de su ametralladora colgada al hombro, la tranquilidad del Sargento era la que uno atribuye a un monje budista-. “El país de los vascos no apoya a ETA, así que lo único que deberían hacer es rendirse”, continuó.
Después de pagar una “simbólica aportación” de 50 dólares a la causa maoísta, pudimos montarnos junto a las italianas en el todoterreno que boqueaba camino de Pokhara.
Al día siguiente, nuestra casera nos entregó un sobre que alguien había dejado para "los vascos". El Sargento nos pedía un favor [la traducción del francés es obra de Isadora]:
“Amigos vascos:
Ayer hablamos del País Vasco, y sé que os sorprendió. Durante mi estancia en París conocí a un grupo de refugiados vascos. Algunos de ellos frecuentaban los mismos bares y los mismos mítines que yo. En aquella época yo tenía una novia con la que viajé al País Vasco ante la insistencia de aquellos amigos. Conocí la situación vasca y discutimos mucho con ellos. Por suerte, el vino y las comidas que nos preparaban siempre se impusieron a las diferencias políticas. Guardo un buen recuerdo de ellos y, cómo no, de aquella mujer. Hace mucho que no sé de ella, y por eso os quiero pedir el favor de que le hagáis llegar esta carta. Prefiero que dejéis el sobre a la dueña del hotel si os sentís comprometidos. Muchas gracias”.
*Para Isadora, a quien le cambié Argelia por la tranquilidad de Nepal