miércoles, 21 de enero de 2009

El origen de la vida, teoría del fin.

La vida, un ser vivo, se puede definir, en un ejercicio de autorreferencia y circularidad (las bases de la consciencia), como aquel organismo que busca su supervivencia. Habría que empezar a analizar entonces los sistemas sociales, etc, como seres vivos, ya que, sin tener probablemente una consciencia de sí mismos, priorizan claramente su supervivencia frente a la de cualquiera de sus individuos.

Es fascinantemente circular (o biológicamente helicoidal o astronómicamente espiral o esotéricamente mandálico) cómo inconscientes células individuales se agrupan para darnos vida a nosotros, seres conscientes, y nosotros hacemos lo mismo para engendrar monstruos sin voluntad que dirigen, inconscientes, nuestros destinos. Todo por un simple instinto de supervivencia.

domingo, 11 de enero de 2009

Buhoneros en Baviera

I. ¿Qué es una deriva?

La deriva es un procedimiento situacionista que consiste en renunciar durante un tiempo a las motivaciones a las que suelen obedecer nuestros desplazamientos. El concepto de deriva está ligado al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo que se opone en todos los aspectos a las nociones clásicas de viaje y de paseo. Recorrer un espacio sin obedecer a ningún tipo de condicionamiento previo para dejarnos llevar por los lugares que nos ofrece la ciudad y por los encuentros que en ella pueden acontecer.

II. Elección de una ciudad

Nada menos aleatorio que un buscador de vuelos baratos. En menos de diez minutos la pareja participante en esta deriva ha reservado un vuelo a Múnich. El resultado responde a factores exógenos -y tan poco situacionistas- como el precio de los billetes, las fechas y los horarios de salida y de llegada.

De forma deliberada, la única información práctica disponible es la dirección del hotel y la manera de llegar a éste. Un conjuro: echar al fuego la Lonely Planet de Alemania y las novelas de Klaus Mann.


III. 27 de diciembre de 2008 (09:00-16:00h.)

Frauenkirche/Theresienwiese

Cogemos el metro en la estación de Gern y nos bajamos en una parada que, a tenor del gentío que se agolpa en los andenes, parece céntrica. Caminamos por una avenida peatonal que nos intimida por su arquitectura y por el viento glacial que sopla en el sentido contrario a nuestra marcha. Al fondo, una pared montañosa -probablemente los Alpes-; un poco más abajo, dos torres de ladrillo rojo de una altura considerable coronadas por sendas cruces. La progresiva concentración de gente y la proliferación de establecimientos comerciales confirman que estamos en el centro de la ciudad. Un gran rectángulo vallado delimita una pista de patinaje sobre hielo en mitad de la avenida. Decenas de niños y adolescentes se deslizan con cautela. Destaca un hombre entrado en la cincuentena que efectúa algunas cabriolas de mérito (la seriedad en su expresión y el mentón que apunta, firme, hacia algún lugar por encima de él denotan concentración o algún tipo de desorden mental). Las caídas son numerosas y el hombre sortea con pericia los pequeños cuerpos que tratan de recuperar el equilibrio.

Proseguimos la caminata hasta detenernos frente a la gran mole de ladrillo rojo (después sabremos que se trata de la Frauenkirche, la catedral de la ciudad). Allí, al lado de la entrada una mujer protegida del frío con un ushanka de piel ofrece vino caliente en un pequeño puesto. Nos explica que lleva canela y que se llama Glühwein, una bebida muy típica en Navidad. Es una mujer locuaz que salta de un tema o otro, de una pregunta a una respuesta.

Después de servirnos un segundo vino nos pregunta si alguna vez hemos soñado con ser beatniks. Isadora y yo nos miramos sin saber qué contestar. Ella sonríe en silencio, espera una respuesta. Le cuento que a los veinte años leí con pasión los libros de Kerouac y Burroughs; trato de contarle el shock que me causó el Live at Budokan de Dylan a los 15 años... Ella sonríe y me interrumpe: “No, me refiero al espíritu beatnik, a los viajes como necesidad vital, al movimiento sin motivo”. De nuevo Isadora y yo nos miramos; ninguno de los dos se atreve a explicarle el planteamiento inicial de nuestro viaje. La conversación se cae y se levanta como los patinadores sobre hielo hasta que Christabel -así se llama la mujer- nos invita a acompañarla al parque Theresienwiese, en el que se celebra desde hace doscientos años el Oktoberfest. Fieles a nuestro propósito inicial, aceptamos felices y le ayudamos a recoger el puesto.

Christabel carga una mochila en la que lleva un gran termo de vino. Al subirnos a un tranvía nos desvela el motivo de la visita al parque: desde hace varios días dos jóvenes estadounidenses, acompañados de un grupo de músicos húngaros, ofrecen conciertos gratuitos que el boca a boca recomienda con entusiasmo. Tal es así que la prensa local se ha hecho eco del interés que el improvisado combo ha despertado en los círculos culturales de la ciudad. Al parecer -relata Christabel- los chicos forman parte de un grupo de cierto prestigio en la escena neoyorquina y han viajado a Baviera a conocer Hof, ciudad de la que huyeron sus abuelos cuando comenzaron a caer las bombas.

IV. Coda

El invierno alemán no atemoriza a las trescientas personas que aplaudimos las versiones acústicas del quinteto de clara inspiración beatnik. Christabel hace negocio sin descuidar el baile. De vuelta al hotel admito a Isadora que sí, que debería dejarme llevar más a menudo por la deriva.

Os adjunto la grabación que hice con mi teléfono móvil. Al fondo, la luz sortea las torres de la Frauenkirche: