
Las vecinas del 3º derecha
(instrucciones de uso: ver número 3 en la fotografía y hacer click en el reproductor antes de leer; mantener el texto fuera del alcance de los que sufren astenia primaveral)
El odio camina por el mismo sendero que el tiempo. Hace más de tres décadas, dos hermanas solteras que vivían en el 3º derecha tuvieron una discusión y dejaron de hablarse. Cuando una de ellas se adueñó del salón y una habitación gracias a un juego de candados, la otra hizo lo propio con las dos habitaciones restantes. Quedó una franja de seguridad compuesta por la cocina y el baño, que ambas usaban respetando rutinas distintas.
La que se había quedado con dos habitaciones utilizaba el trastero como despensa, y jamás guardó nada en la cocina por miedo a que la otra lo robara. Todas las mañanas, subía al trastero y cogía lo necesario para hacerse el desayuno, la comida y la cena.
Hará unos diez años que la familia decidió llevar a la mayor de las dos a una residencia. Su delicado estado de salud no impidió que dejase puestos los candados en la sala de estar y en una habitación.
La que se quedó continuó haciendo la misma vida que hasta entonces. Así, y cada vez con mayor dificultad, todas las mañanas sacaba una banqueta al descansillo; allí instalaba su campamento base en el que cogía fuerzas para llegar al trastero y volver con una botella de leche o un paquete de arroz.
Hace unos meses una ambulancia se la llevó a otra residencia. Tuvieron que forzar la puerta del camarote y sacar la comida podrida. El odio no necesita conservantes.